Marcas Comerciales

Marcas comercial de los exportadores de naranja burrianeros, procedentes mayoritariamente del archivo confeccionado por Vicente Abad García (Historiador y director del Museo de la Naranja de Burriana) seleccioandas por los administradores de esta eb y de archivos personales que se citan expresamente en las fichas de las marcas.

Advertimos que el archivo aún está incompleto y podría presentar errores. En cualquier caso, podéis enviarnos imágenes de nuevas marcas (citando expresamente la procedencia o propiedad) o correcciones a las ya publicadas en la web a la siguiente dirección de correo electrónico:

marcas@circulofruteroburrianense.com

o si son originales en papel o fotografía a:

Círculo Frutero Burrianense
Apartado de correos 22
Burriana (Castellón)

LAS MARCAS DE LA NARANJA DE BORRIANA

Vicent Abad
Director del Museo de la Naranja

El origen de las marcas naranjeras responde a la necesidad que se le planteó al exportador valenciano de identificar de forma inequívoca su mercancía diferenciándola de la del resto de sus colegas, cuestión que comenzó a adquirir relevancia a mediados del siglo XIX con el inicio de las exportaciones al Reino Unido y el consiguiente envasado de la naranja en cajas de madera para facilitar su transporte. Nacieron así las marcas con las que los comerciantes identificaban los lotes que se vendían en las subastas británicas, belgas, holandesas y alemanas.

De estas marcas, de las que el Museu de la Taronja conserva una colección de más de 5.000 ejemplares, se han seleccionado las pertenecientes a comerciantes de Borriana que, tanto desde la propia ciudad como desde las principales comarcas naranjeras del País, impulsaron la exportación citrícola a los mercados europeos.

Para cumplir esta primitiva función identificativa de las marcas, era suficiente que en las mismas figurase el nombre del exportador, acompañado generalmente de algún dibujo o anagrama que facilitase la localización de la mercancía. De ahí que las primeras marcas se limitaran a estampar sobre el testero de la caja las señas de identidad de su propietario utilizando trepas de hojalata que se colocaban sobre la caja y se pintaban con tinta; de este modo, al retirar la trepa, quedaba impresa la marca.

El paso siguiente consistió en la utilización de marcas de hojalata litografiada que se clavaban sobre las cajas, pero este tipo de identificación desapareció cuando los estibadores británicos se negaron a descargar las cajas que lo utilizaban ante las lesiones que producían en las manos al manipularlas, lo que obligó a sustituirlas por marcas impresas sobre papel. No obstante, el recuerdo de aquellas marcas metálicas hace que las de papel se denominen aún hoy plaques.

El empleo de las marcas de papel litografiado permitió introducir un nuevo elemento que superaba al meramente identificativo; nos referimos al componente estético que, con mejor o peor fortuna, avivó la imaginación de dibujantes y diseñadores, que encontraron campo abonado en la sombrosa multiplicidad de marcas existentes en nuestro país.

Sin embargo, pese a la enorme variación de marcas, en las primitivas se detectan algunas constantes del máximo interés. En primer lugar la inexistencia en las mismas de una denominación de origen, algo superfluo si se considera que por aquél entonces todas las naranjas eran valencianas; en cambio sí aparece la comarca o población de procedencia, en un claro intento de atribuir a la fruta determinadas virtudes (sabor, condición, etc.) propias de cada una de ellas.

Otra constante de las marcas es la inclusión en las mismas la calidad de las naranjas que amparaban, estableciéndose tres clases o categorías: extra extra selected o superior, extra selected y selected, que corresponderían a las actuales “primera”, “segunda” y “destrío”.

El introducir un factor de calidad en las marcas hizo que estas unieran a su primitiva función un nuevo elemento sobre el que basar una incipiente publicidad, que venía dada por la “acreditación” de una determinada marca ante los compradores que acudían a las subastas. Evidentemente, la única forma de “acreditar” una marca era ofreciendo fruta de calidad uniforme a lo largo de toda la campaña, lo que, dicho sea de paso, sólo conseguía un número limitado de exportadores.

Pero las marcas no fueron solamente el medio de identificación de nuestras naranjas sino que, de forma natural, acabaron convirtiéndose en las señas de identidad, en la tarjeta de visita con que los comerciantes se presentaban en los mercados europeos, hasta el punto que muchos importadores conocían más a sus clientes por su marca que por su apellido y así no pocos importadores, al referirse a sus clientes, hablaban de Mr. “Bishop”, Mr. “Sportsman”, Herr “Safta”, etc.

Como además, y por regla general, el grafismo y la temática de las marcas expresan más los gustos de sus propietarios que los de sus potenciales clientes, aquellas contribuyeron de manera significativa a conformar la idea que de los españoles en general, y de los valencianos en particular, se fueron forjando en la Europa del norte en un período histórico en el que lo valenciano se proyectó más allá de nuestras fronteras, hasta alcanzar un peso y una influencia que aún perdura.

Acceso a las marcas comerciales de la naranja